Escribe: Rafael Mercado Benavente
En una cordillera volcánica del sur del Perú se encuentra el Santuario de Chapi. Ubicado en la quebrada del mismo nombre, la que desemboca en el río Tambo, cuando este, entra de forma torrencial en época de lluvias, allí en la ladera de la margen derecha de dicha quebrada, y antiguo reino de los puquinas, a una altura de 2400 ms.n.m. y a 60 km de Arequipa, se encuentra la casa de la Virgen de Chapi.
Antes para llegar al Santuario se podía ir a pie o a caballo, hoy la carretera permite llegar por una sinuosa y algo arriesgada carretera, esta nos conduce al nuevo Templo, ahora que llegamos después de la última misa, de un mes cualquiera hay poca gente, sin embargo en mayo son miles los que descienden de las montañas en busca de los favores de esta antigua devoción arequipeña.
En 1609 Arequipa ya era un obispado y a finales del siglo XVI llegaron muchas órdenes religiosas a la Blanca Ciudad, para inicios del siglo XVIII arribaron a Pocsi misioneros franciscanos y jesuitas, quienes posiblemente mandaron a traer la imagen de la Virgen, siendo la advocación de la Candelaria de especial predilección por los habitantes indígenas y lonccos de Cayma y Characato, no en vano la Virgen en Arequipa habló en quechua.
El nombre de Chapi aparece en documentos de 1655, era un valle de poca extensión ocupado por los indígenas del pueblo del paranay quienes buscaban agua en aquella quebrada en su migración forzada por el cambio del curso del recurso hídrico; en estos traslados los pueblos llevaban consigo a sus efigies sagradas, allí viajaba seguramente la Virgen de la Candelaria.
Aunque hay varias versiones de cómo llegó a Chapi, es así que en la mitad de este valle se construye una capilla de barro muy sencilla de techo de paja que persiste de alguna forma hasta hoy. Los chapeños al pie de una antigua cruz dejaron escrito: “Estos son los restos de la antigua Iglesia de nuestra linda y hermosa madre de Chapi, peregrino eleva tus dulces oraciones”.
Se cuenta que se hacían grandes celebraciones en febrero como le corresponde a la Virgen de la Candelaria, pero debido a algunos fieles indisciplinados que estropeaban las chacras con sus excesos; fueron señalados por estos actos por un tal Felipe Adrián quien pide a Don Juan de Dios Tamayo, párroco de Pocsi, el traslado de la Virgen y la festividad, el nuevo lugar designado sería Sogay, cerca de Quequeña, fue en medio de este traslado y al cabo de una legua, que en la explanada de la Capilla Vieja de Chapi, se dio el hecho milagroso.
Terminado el descanso de los cargadores de la caja donde estaba la Virgen, al tratar de levantarla se les hizo imposible, esta aumentó colosalmente su peso, en ese mismo momento una tormenta de ceniza invadió el lugar y un susurro conmovió a los cargueros: “Chaipi Chaipi” decía la Virgen en quechua que significa algo así como: “Aquisito nomás déjenme”. Pasaron los años y fue en 1893 que se levanta el Santuario a la Virgen de Chapi, así siguieron las fiestas con total normalidad, las de febrero y las de mayo.
Hasta que el 3 de mayo de 1921 a las dos de la tarde ocurrió una tragedia, una vela prendió con fuego un ramo de flores del altar mayor provocando un incendio, el calor rompió el vidrio de la Virgen de Chapi quemando el manto y ampollándole las manos, los pobladores echaron abajo la puerta y salvaron a la Virgen; sin embargo el fuego consumió totalmente el interior del templo, en ese mismo año hubo un terremoto y deterioró aún más el lugar, debido a esto se iniciaría la gestión para la construcción de la nueva iglesia.
EL AGUA DEL MILAGRO
A pocos kilómetros del Santuario existe “El Agua del Milagro”, un pozo de tamaño regular, donde apareció prodigiosamente agua, dicho fenómeno se remonta al primero de mayo de 1897, cuando los obreros trabajando en la construcción de la Capilla Vieja, necesitados de agua para terminar la obra y para aplacar su sed, pidieron a la Señora de Chapi, que les diera el agua.
Al terminar el jornal en una cantera aledaña vieron que empezó a brotar agua en medio del abrasador calor del mediodía de aquel desierto, todos acudieron para tomar el agua; de pronto uno de los obreros que sufría de la vista al lavarse el ojo quedó totalmente curado, otra cosa maravillosa, el agua no decrecía, aparecía cada mayo y con abundancia pese a la gran cantidad de agua que sacaban los peregrinos, así siguieron los milagros.
La Dama de la Lluvia aplacó la sequía de los años ochenta en Arequipa, los milagros llegaron a oídos del Vaticano y fue el mismo Papa Juan Pablo II, quien viajó a conocerla y coronarla en el actual estadio de la UNSA.
Es una poderosa imagen que miró con piedad a nuestra ciudad, en el terremoto del 2001, permaneciendo intacta y realizando un giro milagroso quedó mirando hacia Arequipa, afortunadamente el terremoto de gran magnitud no trajo consecuencias fatales, ese fue otro de sus milagros.
La Virgen es un signo de fe que en la pandemia se elevó por los aires y en un helicóptero irradió esperanza a los arequipeños y al mundo.
Virgen de ropaje y de porte sevillano, de mística mirada, angustiada por su Niño Cimarrón, salvada de entre los fieros siglos, sigue siendo un faro de luz en las noches del árido desierto, símbolo de fe de nuestra gente, de nuestra tierra volcánica y telúrica.
Y YO TE LLEVARÉ AL DESIERTO PARA HABLARTE DE AMOR