Escribe: Ps. Silvana Alvarez Loayza
Hasta donde alcanzan nuestros conocimientos en historia, la pornografía siempre ha existido y se ha transformado con la evolución de los medios de expresión.
En las ruinas de la ciudad de Pompeya, sepultada tras la erupción del Vesubio, se encontraron cientos de frescos y esculturas sexualmente explícitas. Desde la aparición de internet, el consumo pornográfico se ha disparado hasta niveles asombrosos. Si bien la ciencia está dando aún sus primeros pasos en la investigación de las consecuencias neurológicas del consumo de porno, está claro que la salud mental y la actividad sexual de su amplia audiencia están experimentando efectos sumamente negativos, entre los que se pueden identificar la depresión y la ansiedad. Las características de los videos pornográficos disparan la plasticidad, que es la capacidad del cerebro para cambiar y adaptarse tras una experiencia determinada.
Esta, combinada con la accesibilidad y el anonimato proporcionado por el consumo de porno “online”, nos convierte en sujetos extremadamente vulnerables a sus efectos hiperestimulantes. Las secuelas del consumo de porno a largo plazo ocasionan: –
Incapacidad para mantener compromiso con la pareja. –
El paralelismo entre el consumo de pornografía y el abuso de sustancias y -La búsqueda de lograr una realización o gratificación sexual inmediata.
Las escenas que se pueden ver en el porno, como ocurre con las sustancias adictivas, son desencadenantes hiperestimulantes que producen una secreción antinatural de altos niveles de dopamina, lo cual pueden deteriorar el sistema de recompensa de la dopamina e inutilizarlo de cara a fuentes de placer naturales.