Imillani, danza en peligro de extinción


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Escribe: Guillermo Vásquez Cuentas | Opinión - 10 May 2016

Ciertas estampas de la rica coreografía popular puneña están en peligro de perderse. Claro, esa afirmación es manida, recurrente, reiterativa, pero es cierta por desgracia. “Imillani” (con la joven, con la hija, en aymara) es una de esas estampas dancísticas.

Los pueblos de la orilla oriental del Titikaka, encabezados por Conima y Tilali, así como de las bellas islas de Amantani y Taquili, fueron el escenario de la aparición de esta danza en tiempo que no es posible precisar. Son también, por ello, los lugares privativos de su práctica, por desgracia cada vez más esporádica.

Estrictamente se trata de una ceremonia-baile, en la cual los padres de niñas púberes (14, 15, 16 años) cumplen con su obligación de presentar a sus hijas ante su respectivo colectivo familiar y comunal, facilitándoles su ingreso al mundo de los adultos, al inicio del trato abierto con la gente de la vecindad.

Esta danza costumbrista es ejecutada por las quinceañeras emparejadas con varones que por lo común son los padres, hermanos mayores o familiares cercanos de quien con este acto emerge a la promisora vida de relación social.

La coreografía -en la que menudean los saludos y reverencias entre niñas y varones-, es relativamente simple, pues los movimientos corporales son ceremoniosos, alejados de giros enérgicos o violentos, a tono con la solemnidad que enmarca la danza, y se ejecutan al ritmo constante de las melodías que llenan el recinto o el lugar del baile y que se desprenden desde los pequeños bombos y sikus que los padres tocan amorosamente, mientras danzan o mientras forman parte del conjunto musical que acompaña al grupo danzante.

La entidad Qhantati Ururi describe así el atuendo de los danzarines: “El traje o vestimenta de los varones consiste en un pantalón negro ancho de bayeta fina partidos en el botapie, chaleco negro, camisa con manga larga de bayeta, en la cabeza llevan penacho de pluma verde y a los costados dos plumas grandes de tucán, en la espalda prendida un pañolón de color y para los pies ojotas blancas; la música es ejecutada por ellos mismos con zampoñas y huancaras o cajas con corchea.

Las mujeres llevan la cabellera con cantidad de trencitas pequeñas, con un adorno en forma de abanico de donde se dependen gran cantidad de cintas de colores; jubón de pana de colores adornado con cuenta y lentejuelas, pollera amplia de colores vivos, sostenida en la cintura con una faja ancha de lana, tejida con figura de aves y en cada mano un pañolón de colores con los que ejecutan la danza, realizando variadas figuras, pues los varones se concretan únicamente en cambiar y ejecutar la música con gran ritmo”.

La Agrupación de Arte Folklórico y Teatro, APAFIT ha difundido esta danza en sus épocas de mayor actividad, advirtiendo que “se ha tomado la libertad, de inspirarse en la coreografía de Conima y utilizar el nombre y la música de este mismo lugar y el traje típico de la Isla de Taquile, con el exclusivo objeto de reunir toda la belleza que existe en este tipo de danzas.


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