Alberto Quintanilla: Necesitamos renovar la política


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Escribe: Alberto Quintanilla Chacón * | Política - 03 Jan 2016


El 2015 ha sido un año de crisis en política y en los partidos en la región de Puno, en todo el país y en gran parte del mundo, pues la percepción de la labor de nuestras autoridades y representantes políticos, para la mayoría de la población, ha sido negativa, cuando no muy negativa.

A nivel internacional, ha sido un año de guerra, desatada por el llamado Estado Islámico, en contra del mundo occidental, China, Rusia y, en general, contra todos los considerados “infieles” que son los que no creen en su Dios, Alá, en el Corán, en la forma que ellos lo hacen.

El islamismo, como religión, es parte de las religiones que practican todas las sociedades, dignas de todo respeto; sin embargo, entre sus seguidores, como los del Estado Islámico, hay algunos que creen que las mujeres son la expresión del diablo para tentar a que pequen los hombres; muchos seguidores, no todos, de Alá y el Corán, consideran a las mujeres como esclavas que no son seres humanos, y las obligan a usar la llamada Burka, muchas veces a mutilarse el clítoris para que no sientan placer durante sus relaciones sexuales, etc.

A nivel nacional, la corrupción y la fragmentación política han sido problemas desde los más altos niveles de gobierno, sumados a la ineficiencia en el manejo gubernamental en los gobiernos nacional, regionales y municipales.

La pareja presidencial que nos gobierna no ha deslindado responsabilidades de supuestos hechos de corrupción que se les imputa, prefiriendo la presión pública y esfuerzos por eludir el esclarecimiento, como las llamadas agendas de Nadine Heredia; se ha continuado haciendo de la política, pues, una actividad de aspiraciones individuales y no una labor de servicio a lo colectivo y público.

En Puno ha sido un año perdido, con un Gobierno Regional -presidido por Juan Luque Mamani- dedicado a repartirse las prebendas, cargos y favores, y no gobernar; no ha deslindado con los supuestos hechos de corrupción que habrían cometido incluso desde antes de asumir el gobierno, mientras que las pugnas y divisiones han continuado al interior del propio equipo de gobierno.

Para muchos, ser político o de dedicarse a dicha actividad, es sinónimo de ser una persona corrupta, que solo busca el beneficio personal en desmedro del bienestar colectivo de la sociedad.

Los escándalos vinculadas a hechos de corrupción, entre ellos los referidos a Martín Belaunde Lossio, López Meneses, Rodolfo Orellana, “La Centralita”, así como la condena a 8 años de prisión al expresidente Alberto Fujimori, por la utilización de fondos públicos, en la compra y financiamiento de los llamados “diarios chicha”, parecen ir creciendo, más bien que disminuyendo o controlándose.

El Estado peruano, en los últimos años, viene atravesando por un debilitamiento de su institucionalidad, donde la desconfianza y la desaprobación de los poderes públicos llega a niveles cercanos a un solo dígito de aprobación, mientras que la desaprobación ha superado largamente el 50%, desde hace mucho tiempo, llegando peligrosamente a cifras cercanas al 10%.

Desde que logramos nuestra independencia, nacimos como República Democrática Liberal, dentro de un proceso en el que se constituyen también como tales la gran mayoría de países de América.

Los momentos históricos en los que se ha avanzado en construir las bases de nuestra república liberal han sido la independencia del país, en 1821; su reconstrucción, después de la derrota en la guerra con Chile; la modernización de los años 1920 a 1930; las reformas de Velasco Alvarado, la contrarreforma neoliberal y corrupta de Alberto Fujimori, y los retos actuales de modernizarnos.

Detengámonos en la época que se vivió hace un siglo, cuando González Prada popularizaba la frase “los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra”, con el surgimiento de una generación política liderada por personas como Víctor Raúl Haya de la Torre, con la fundación del APRA; la presencia de José Carlos Mariátegui, que fundó el Partido Socialista, más adelante Comunista, que contribuyó al surgimiento de la CGTP y la CCP, además de la modernización liberal que impulsó, entre otros, Augusto B. Leguía, con su gobierno de la “Patria Nueva”.

Esa fue una coyuntura en la forma de hacer política que lamentablemente se agotó con las divisiones, enfrentamientos, pugnas por el poder y de aprovecharse la cosa pública, como ocurre en la actualidad, por ello se hace necesario una profunda renovación de la política, de los dirigentes y activistas, de los partidos y el sistema político del Perú.

En el plano político social, tenemos varios y graves problemas, como la corrupción, que está presente en casi todas las esferas de la vida pública, en todos los estamentos del Estado; además, somos un país con grandes desigualdades y discriminaciones sociales: si bien los índices de pobreza han disminuido, las desigualdades se mantienen y en muchos casos se incrementan.

Nuestro Perú tiene un sistema político electoral bastante débil, con movimientos regionales y partidos políticos débiles, carentes de institucionalidad, bastante fragmentados, donde la desconfianza es lo que predomina, contrariamente a la confianza, que debe ser el sustento de los movimientos regionales y partidos políticos.

Esta fragmentación y debilidad del sistema político y de partidos del Perú, afecta tanto a la llamada derecha e izquierda peruanas, y es mucho más pronunciada que en el resto de países de América.

Esta debilidad se acentuó en el Perú entre los años 1980 y 2000, por el accionar terrorista de Sendero Luminoso, al que se sumó la destrucción sistemática y consciente de las instituciones sociales y políticas que implementó la dictadura de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos.

La renovación de la política, de las instituciones, de los movimientos y partidos políticos, de todo el espectro político social peruano, es una necesidad imperiosa; si no hay una renovación profunda, se hará más difícil superar nuestros problemas y limitaciones.

La renovación que necesitamos, además de generacional, debe ser de propuestas, de alternativas, de formas de hacer política, de ser tolerantes; si los “viejos” quieren seguir en política, tienen que “rejuvenecer”. Sí es posible hacerlo, hagámoslo.

(*) Docente de la Facultad de Ingeniería Económica de la UNA

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