Partidos políticos, política y transfuguismo


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Escribe: Luis F. Vilcatoma Salas | Política - 17 Jan 2016


La inscripción de las planchas presidenciales consolida, en este nivel, el desatado e incontenible fenómeno del transfuguismo que la política peruana está sufriendo en estas elecciones. Prácticamente todos los colectivos políticos inscritos en el Jurado Nacional de Elecciones cuentan con tránsfugas en sus filas, de uno y otro lado político, de ambos sexos y de diferente catadura moral.

Esto si entendemos el transfuguismo, en un sentido general, como el abandono que hace el militante de un partido, del partido al cual pertenece, para inscribirse en otro partido político. El transfuguismo, históricamente, ha existido desde el mismo momento en que los partidos han aparecido en su versión moderna, con cualquiera de las justificaciones o pretextos que los tránsfugas hayan podido esgrimir como explicación de sus actos de apartamiento organizacional. Algunos teóricos de la política consideran, en este sentido, que el acto del transfuguismo o como se le llame (traición, fuga, evasión) es un fenómeno social que contribuye a la modificación de la correlación de fuerzas entre los partidos políticos, siempre y cuando este transfuguismo de militantes, especialmente de militantes de cierto perfil importante y mediático, contribuya al transfuguismo de votantes y, por qué no, de quienes sueltan la “marmaja” que alimenta las arcas de los partidos políticos en épocas electorales como ahora. Se podría decir, entonces, que el transfuguismo ha venido compartiendo determinados espacios culturales e ideológicos en la vida y la práctica política ciudadana durante mucho tiempo, ya sea en las tiendas de derecha, de izquierda como de centro, y todo indica que así como van las cosas, será una práctica que gozará de buena salud en los años venideros, porque la sociedad misma es tránsfuga, especialmente en valores, ideales, utopías, lealtades y en muchísimas formas de conceptualizar la realidad y de vivirla, condicionadas y determinadas por el capitalismo tardío globalizado en crisis que, al modificar su lógica de acumulación económica, está modificando también el ser personal de cada sujeto social individual y colectivo (clases sociales, categorías sociales, grupos sociales) tanto del campo como de la sociedad. Este capitalismo tardío de “modernidad líquida”, como dice Bauman, o de “postmodernidad”, como dicen los teóricos del pensamiento débil (Lyotard, Vattimo, Lipovetsky, Derrida), es un capitalismo desaforado y desleído que en su exasperación por valorizarlo todo en la lógica del mercado (objetos, género, sexo, medio ambiente, relaciones humanas, sentimientos, valores) ha destruido los fundamentos modernos de la moral: filosóficos y éticos; es decir, sus propios fundamentos de la primera fase traducidos en la Ilustración, para producir individuos liliputienses pasmados en sus propios y absolutos intereses personales descarnados, hedonistas, materialistas y moralmente versátiles. Algo que impacta, igualmente, en la naturaleza de los partidos políticos y en la relación perversa partidos políticos-actores sociales.

La significación interna de los partidos políticos, como resultado de la reciente reforma económica del capitalismo, se está diluyendo aceleradamente. Los programas políticos están perdiendo sustancia propia, valor estratégico, convocatoria ideológica y articulación, con la nueva realidad social, flotando en el aire más como un formulismo que como un ideario efectivo capaz de comprometer, entusiasmar y movilizar voluntades; porque han sido desgraciadamente aplanados, sodomizados, subyugados y amarrados del cuello al “piloto automático” de la política burguesa mundial y porque, en el fondo, las clases y sectores sociales a quienes representan o buscan representar se han diversificado exponencialmente, atomizado, despachurrado y vaciado de su propio élan vital. La burguesía en el Perú, dada esta situación, ha extraviado, precisamente, su perfil nacional, si es que alguna vez lo tuvo, amoldándose collonamente a los intereses del gran capital internacional, en un concubinato “para toda la vida”. Ya no hay burguesía nacional como clase capaz de capitanear un proceso de desarrollo nacional raigal, estratégico e histórico. Los doce apóstoles de los que se habló hasta el primer gobierno de Alan García son cosas del pasado o del museo de la historia.

Al difuminarse las fronteras ideológicas raigales entre los partidos especialmente de la derecha política, cundir el nihilismo (no hay valores, verdades ni sentidos absolutos) y afirmarse solo el presente y lo relativo, se desborda metastáticamente el transfuguismo como la forma más asquerosamente oportuna de hacer política, en una suerte de radicalismo utilitarista y pragmática de la acción política práctica y coyunturalista de techo bajo. Los partidos, en esta lógica, pierden centralidad en la política y pasan a ser partidos de tránsfugas en una tendencia donde el transfuguismo corre peligrosamente hacia su naturalización deshumanizadora, es decir, a convertirse en una práctica “natural” en el hacer política en el Perú, así como tiende a naturalizarse la corrupción y la violencia delincuencial, de no mediar una reforma cultural profunda ética, moral, cultural y política, que solo podría estar en manos de una sociedad civil ética y prácticamente confrontacional con esta maligna situación.

El tránsfuga (sería interesante hacer una categorización del transfuguismo y del tránsfuga), sujeto activo del transfuguismo, en estas condiciones, es un sujeto que anida una enfermiza angurria por el poder político, grande o pequeño, que es su pasión abierta o escondida, su anhelo, su inspiración y, en muchos casos, la razón de su existencia. Pero del poder político, no como la capacidad de decidir para la transformación revulsiva de la realidad en beneficio de los demás, sino del poder político que satisface el narcisimo existencial del sujeto, como la capacidad en sí de decidir sobre los demás. El tránsfuga no tiene principios ni convicciones estables, maduras, trascendentes ni consolidadas; por el contrario, sus valores son relativos, prostituibles, intercambiables y renunciables; son los valores en el sentido de los valores que tenía Groucho Marx y que decía más o menos así: estos son mis principios y si no les gusta, tengo otros. Los fundamentos de su hacer político no están en Platón (la política ética) sino en un Maquiavelo (la política real) deformado, monstruosamente deformado del “fin que justifica los medios”, porque en este caso el fin no es el fin alto que buscaba la construcción de la nación italiana de Maquiavelo, sino el fin prosaico, enanizado y de patas cortas del interés y satisfacción personal que, en muchos casos, ha conducido a la corrupción cuando el “bien interno” de la política (el servicio a los demás y no el servicio a uno mismo) ha sido sustituido por algunos de los siguientes bienes externos (Aristóteles): el poder, el prestigio o el dinero. La moral del tránsfuga es la “moral camaleónica” que “cambia de colores de acuerdo a la ocasión”, es decir, a la ocasión que mejor sirve a sus intereses personales. Su moral, por ello, es utilitaria, instrumental, super egoísta, altamente flexible y fungible. Por eso, el tránsfuga no tiene lealtades. Hoy están aquí y mañana fácilmente pueden estar en otro lado, porque son dados muy fácilmente al arribismo y la traición; lo que puede convertir a los colectivos políticos, particularmente aquellos podridos de tránsfugas, en un hormiguero de reales y potenciales “judas”, factor indudable de su inevitable colapso, sin pena ni gloria.

Una política así, que se encuentra en cuidados intensivos y con respiración artificial, no necesita para su recuperación de aspirinas ni chamanes; necesita de una refundación profunda, retomando su sentido original. De una refundación de la política en la sociedad, partiendo de los sujetos de la política, pero con una visión de totalidad y una cultura del cambio, que asuma activamente al país como una realidad integral, histórica y con múltiples factores incidentes en el comportamiento político. Hay que construir una nueva subjetividad para enfrentar políticamente al capitalismo conexionista, de confusión y caos; una subjetividad capaz de “surfear” en la confusión y la inestabilidad para edificar un proyecto social colectivo de transformación histórica de la sociedad.


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