¿Qué es la democracia?


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Escribe: GIOBANNI SARTORI | Política - 09 Apr 2017

En una ocasión le preguntaron al profesor Giovanni Sartori, capaz de desplegar en cada respuesta un abrumador repertorio de argumentos e ironía que podían sonar a arrogancia intelectual, si no era demasiado altezzoso (altanero). Él respondió. “Ciertos personajes son pigmeos. Es inevitable mirarles desde arriba”. Sartori, teórico de la democracia, murió a los 92 años, el martes pasado. Para homenajearlo, les dejamos este texto.

La opinión pública y la democracia electoral tienen que ver con la dimensión horizontal de la política: la base del edificio. Pero después viene el edificio y, con él, la dimensión vertical de la política, donde hay quien está arriba y quien está abajo, quien manda y quien es mandado, el nivel superior y el nivel inferior.

"Democracia vertical" es, pues, la democracia como sistema de gobierno, y por tanto como estructura jerárquica. Y aquí topamos con la acusación que se viene haciendo desde siempre a la democracia: ¿cómo es que el mando de la mayoría se transforma en mando de minoría o minorías?

Es sobre todo porque ese término, "mayoría", tiene muchos significados, pero sobre todo dos. Mayoría en el sentido de criterio mayoritario, o bien en el sentido de mayor número. Democracia es mando de la mayoría, si por mayoría se entiende que la democracia se somete, en la toma de decisiones, a la "regla mayoritaria"; pero no es mando de la mayoría si con ello queremos decir que el mayor número gobierna y el menor número es gobernado.

Veámoslo por partes. En las elecciones tenemos tres niveles. Primero, las mayorías electorales eligen a sus candidatos y las minorías, las minorías electorales (las que no llegan al porcentaje de voto exigido), los pierden. Hasta aquí todo claro. Llegamos al segundo nivel: los elegidos son de hecho un número menor, una minoría respecto a sus electores (pongamos uno por cada cincuenta mil). También aquí todo claro. Tercer nivel: los elegidos, a su vez, eligen un gobierno que es, una vez más, un número reducido respecto al Parlamento que lo vota. ¿Sigue todo claro? Yo creo que sí. Desde luego, yo no sabría hacerlo de otra forma.

Al final aparece un primer ministro: una minoría de "uno solo" respecto al comienzo de todo el proceso en el que han participado diez, cien, quinientos millones de electores. ¿Qué tenemos que pensar? ¿Que la democracia está trastocada, vuelta del revés, que ha sido traicionada? Es indudable que no. Y repasando el proceso paso a paso vemos que es precisamente la regla mayoritaria la que cada vez transforma una mayoría sustantiva en un número menor. Por tanto, lo que parece una paradoja, si no incluso una contradicción, esto es, que la democracia tendría que ser un gobierno de la mayoría y en cambio es gobernada por una reducidísima minoría, en realidad no es tal. También porque en ese proceso la democracia nunca otorga todo el poder a nadie; por el contrario, lo reparte de distintas formas entre mayorías y minorías que se alteran entre sí justamente en función del principio mayoritario.

Otra aparente paradoja es que para los constituyentes estadounidenses -pero también para Tocqueville y para John Stuart Mili- el problema de la democracia no lo planteaban los pocos sino los muchos: era el problema de la "tiranía de la mayoría". Los constituyentes de Filadelfia temían que el principio mayoritario funcionara en el Parlamento como una apisonadora, es decir, como un ejercicio absoluto del derecho de mayoría que deviene, precisamente, tiranía de la mayoría. Esta expresión ha adoptado posteriormente otros significados, pero el más importante es el que pusieron en evidencia los constituyentes estadounidenses.

También quisiera subrayar, como inciso, que la expresión "tiranía de la mayoría" no debe hacemos creer que las mayorías electorales puedan tiranizar. Una cosa son las mayorías concretas de pequeños grupos "reales" (que pueden perfectamente ser tiránicas) y otra muy distinta son las mayorías electorales, que son sólo agregados efímeros.

A propósito de elecciones, un detalle que puede resultar curioso: las técnicas electorales no provienen de los griegos (que normalmente recurrían al sorteo), sino de las órdenes religiosas, de los monjes atrincherados en sus conventos-fortaleza, que en la alta Edad Media se veían obligados a elegir a sus superiores. No pudiendo recurrir al principio hereditario ni al de la fuerza, no les quedaba otra salida que elegir votando. Pero los monjes elegían a un jefe absoluto. Se trataba de una elección muy seria para ellos. De modo que el voto secreto y la elaboración de las reglas de voto mayoritarias se los debemos al denuedo de los monjes. No obstante, lo cierto es que, durante la Edad Media y todo el Renacimiento, la maior pars tenía que estar en cualquier caso vinculada a la melior pars, con la parte mejor; y al final la elección tenía que resultar unánime (a los rebeldes se los convencía a garrotazos).

Ése es un punto importante. El principio consagrador del poder electivo (creado por elecciones) hasta el siglo XVII era la unanimidad. El paso de la unanimidad a las reglas mayoritarias sólo se produce con Locke, y se produce porque con él el derecho de la mayoría se integra en un sistema constitucional que lo disciplina y lo controla.

LA COSA Y EL CUÁNTO
¿Cómo se consigue establecer lo que es y lo que no es democracia? Hay quien no acepta esta pregunta porque conduce a una contraposición y a una división dualista, mientras que entre democracia y no democracia existen casos intermedios, de semidemocracias, de democracias poco democráticas, pero en cualquier caso bastante democráticas.

La solución a este de bate radica en comprender que hay dos formas de identificar la democracia, y por tanto que las preguntas son dos. La primera -qué es la democracia- exige una definición de ella a contrario: la definición viene dada por la exclusión de su contrario, de lo que no es democracia. Y esta definición es necesaria -aquí y en otros casos- para establecer lo que incluye (contiene) un determinado concepto, o bien lo que éste excluye. Es necesaria, quiero decir, para determinar y circunscribir el universo de referencia. Para hablar de zapatos, tengo que excluir las pantuflas; o bien, si decido incluirlas, cambia todo el discurso. Para discutir sobre mujeres, tengo que excluir a los hombres; si no, si los incluimos, el argumento pasa a ser otro.

Por tanto, a la primera pregunta cabe responder de forma dicotómica, es decir, aplicando el principio aristotélico (de la lógica aristotélica) del tercero excluido: aut aut, es o no es. En cambio, la segunda pregunta es: ¿cuánta democracia? ¿Más democracia o menos democracia? En este caso, se trata de precisar el grado o el nivel de democracia. Aquí buscamos "gradaciones". Y, por tanto, aquí ya no se aplica el principio del tercero excluido.

Decíamos que la pregunta "¿qué es democracia?" nos lleva a establecer el contrario de democracia. Y también ese contrario ha de tener un nombre. ¿Cómo se llama la no democracia? Aquí las posibilidades son amplias. Las no democracias se denominan con numerosos términos: tiranía, despotismo, absolutismo, autocracia, dictadura, autoritarismo, totalitarismo. Tiranía y despotismo son términos heredados de la antigua Grecia, dictadura lo es del mundo romano (con un significado muy distinto del actual), mientras que absolutismo y autocracia son algo anteriores, en el vocabulario político, al siglo xvm. Por último, autoritarismo y totalitarismo son de acuñación reciente.

Por brevedad tengo que dejar de lado los términos más antiguos y limitarme a los más recientes. Empecemos por "autoritarismo", que deriva de "autoridad", y que fue acuñado por el fascismo como término apreciativo, pero que pasó a ser peyorativo con la derrota del fascismo y del nazismo, ya que denota la "mala autoridad", es decir, un abuso y un exceso de autoridad que aplastan la libertad. En ese sentido, yo diría que hoy, más que constituir lo contrario de democracia, el término autoritarismo viene a significar lo contrario de libertad.

También "totalitarismo" es una palabra que nació con el fascismo, aunque se aplica poco al fascismo, pero es perfectamente aplicable al nazismo y al estalinismo. Totalitarismo deriva de "totalidad" y, por tanto, expresa la idea de algo que lo abarca y lo permea todo. Una nueva óptica respecto a cuando los regímenes políticos se definían en términos de legitimidad, de ejercicio del poder o basándose en el número de quienes gobiernan. Aquí, en cambio, lo que cuenta es la extensión y la penetración del poder en el tejido social; lo que es suficiente para indicar que tampoco el término totalitarismo constituye un buen contrario de democracia.

He dejado "autocracia" para el final, y ya queda claro por qué . Porque es el contrario, el opuesto que íbamos buscando. Con este término la frontera entre democracia y no democracia se hace nítida. Autocracia es autoinvestidura, es proclamarse jefe uno mismo. Mientras que el principio democrático es precisamente que nadie puede investirse por sí solo, que nadie puede autoproclamarse jefe, y que nadie puede heredar el poder.

Por consiguiente, la democracia es "no autocracia", porque aquí el criterio es un principio de legitimidad; y sobre los principios tertium non datur, la legitimidad o bien es democrática o bien no lo es.

*Textos extraídos del libro “La democracia en 30 lecciones”, 2009

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