Mujeres que vencen el miedo


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Escribe: Rosa Montalvo Reinoso * | Sociedad - 24 Apr 2016


Hace un año, el 20 de abril del 2015, Berta Cáceres, lideresa indígena de pueblo Ienca de Honduras, recibió en San Francisco, California, el Premio Ambiental Goldman, el premio más importante para defensores y defensoras del medio ambiente, equivalente, dicen, al Premio Nobel. Ella se hizo merecedora de este premio por su incansable lucha en contra de la empresa Desarrollos Energéticos S.A., DESA, que estaba a cargo de construir el proyecto hidroeléctrico “Agua Zarca” en el río Gualcarque, un río que es fuente de vida para su pueblo. Ella logró que la comunidad se organizara y que, luego de cientos de asambleas del pueblo Ienca negándose a aceptar el proyecto, múltiples movilizaciones, amenazas de la policía y sicarios, tanto la empresa china de propiedad estatal Sinohydro, la más grande constructora de represas en el mundo, como la Corporación Financiera Internacional, institución del Banco Mundial, dejaran el proyecto. Ella había sido amenazada por los oscuros intereses que estaban detrás de su construcción y como se trataba de una mujer, la amenaza no era solo asesinarla y lincharla, sino también violarla, lo cual es en las sociedades patriarcales y en los conflictos un dispositivo de control y de poder. También amenazaron con secuestrar a sus hijas, sabiendo lo que le podría doler como madre, pero nada la detuvo, ella siguió liderando la lucha.

El día en que recibió el premio, en su discurso de agradecimiento, con voz firme y serena, ella dijo: “En nuestras cosmovisiones somos seres surgidos de la tierra, el agua y el maíz. De los ríos somos custodios ancestrales el pueblo lenca, resguardados además por los espíritus de las niñas que nos enseñan que dar la vida de múltiples formas por la defensa de los ríos es dar la vida para el bien de la humanidad y de este planeta”.

El 3 de marzo del 2016, Berta fue asesinada, seguramente por las mismas fuerzas ocultas que la amenazaron y quisieron que desista en su lucha, fuerzas oscuras que creyeron que con su muerte silenciarían su voz para siempre. No sabían que Berta ya era semilla, que florecía en toda nuestra Patria grande, en todos los sitios de esta nuestra América, en las luchas de tantos hombres y mujeres que cotidianamente se enfrentan al poder de las grandes empresas y de las corporaciones en el mundo, que son ávidas de seguir acumulando capitales en desmedro de la vida de los pueblos y de la naturaleza.

Un año después, otra mujer, esta vez peruana, subió a recibir el premio Goldman, con la misma sencillez y firmeza que Berta, con la conciencia de que la lucha es justa. Máxima Acuña, una mujer cajamarquina, de apenas un metro cincuenta, quizá menos, pero crecida en la adversidad, enorme en su resistencia, subió al escenario del Teatro de la Ópera en San Francisco en medio de los aplausos de la asistencia. No leyó un texto como lo pudo hacer Berta, porque Máxima no tuvo la oportunidad de aprender a leer y escribir. Es ella una más de las estadísticas que dan cuenta de las enormes brechas que aún persisten entre hombres y mujeres, entre el sector rural y el sector urbano en el Perú actual. Pero Máxima hizo algo maravilloso, nos habló con las palabras hecha canción, con una de las canciones que ha ido creando para contar su historia, para expresar su resistencia.

“Yo soy una jalqueñita que vivo en las cordilleras, pasteando mis ovejas en neblina y aguacero. Cuando mi perro ladraba, la policía llegaba. Mis chocitas lo quemaron, mis cositas lo llevaron. Comidita no comía, solo agüita yo tomaba. Camita yo no tenía, con pajita me abrigaba. Por defender mis lagunas, la vida quisieron quitarme. Ingenieros, Securitas me robaron mis ovejas, caldo de cabeza tomaron en el campamento de Conga. Si con este adiós, adiós, hermosísimo laurel, tú te quedas en tu casa, yo me voy a padecer.”[2]

Y así, cantando un yaraví, contó Máxima Acuña lo que había vivido durante más de 5 años en los que resistió las amenazas de Yanacocha, una de las mineras más importantes de América Latina, que quiere su tierra para desarrollar el proyecto Conga, largamente combatido por la población cajamarquina por el impacto ambiental que puede tener al secar las lagunas. Juicios, destrucción de su casa, muerte a sus animales, restricciones a su paso, cercamientos, nada la logró vencer, ni a su familia. Contando con el apoyo del pueblo de Cajamarca y de un conjunto de personas, como su abogada Mirtha Vásquez, que la ha acompañado y defendido en todo momento, e instituciones que no la abandonaron y que se constituyeron en un canal de denuncia y de apoyo, Máxima demostró su inquebrantable resistencia.

Cuando terminó de cantar, la asistencia se puso de pie y aplaudió y aplaudió y, al igual que cuando Berta recibió el premio, la esperanza y la alegría de una victoria de otro David sobre Goliat impregnó el salón y también los corazones de quienes lo vimos a través de los medios. Máxima Acuña solo sonreía, con la sencillez de siempre, con la misma convicción de que, al defender la tierra y el agua, defiende la vida. Al igual que Berta, sabía que el premio no era solo de ella. En su discurso, Berta había dicho: “Dedico este premio a todas las rebeldías, a mi madre, al pueblo lenca, a Río Blanco y a las y los mártires por la defensa de los bienes de la naturaleza”. Máxima, por su parte, recordó a los que habían muerto en su tierra luchando contra proyectos que ponen en riesgo sus medios y modos de vida. “Seguiré luchando por los compañeros que murieron en Celendín y Bambamarca y por todos los que estamos en lucha en Cajamarca”, dijo.

Y fue así, como contarán las historias futuras, que en el corazón del capitalismo, una pequeña mujer peruana dijo: “Yo no tengo miedo al poder de las empresas”. Lo dijo suavemente con la seguridad de que la razón está de su parte. Es que luego de ser acusada de antisistema, terrorista, anti desarrollo, epítetos con los que se acusa en el Perú y en América Latina a quienes se atreven a decirle no a un gran proyecto extractivo por los impactos ambientales y sociales que pueden sufrir y que ponen en riesgo el futuro de las siguientes generaciones, un premio como este envía también un mensaje no solo a las empresas, a los gobiernos, sino a todas esas personas que creen que una persona, por no haber ido a la universidad, o por votar por la izquierda o reivindicar cambios en el modelo económico actual, es una ignorante, como tantas veces repiten algunos comunicadores en los medios.

Hace unos pocos días, al conocerse del premio, un titular de Ojo Público decía: “Máxima Acuña: la dama de las lagunas ahora es intocable”. No pude dejar de pensar en Berta y en su cruento asesinato en un país que tiene el récord de asesinatos de medioambientalistas. Lamentablemente, nadie es intocable frente a los poderes oscuros que seguirán intentando imponer sus proyectos. No hay que olvidar que en el Perú, desde el 2006 hasta el 2015, ha habido 131 muertos producto de conflictos sociales, la mayoría en protestas contra determinados proyectos extractivos en sus territorios. Sin dejar de lado estos datos y temores, creo que premios como este a mujeres como Berta, como Máxima, como Ruth Buendía, premiada también por su lucha contra la construcción de la represa de Paquitzapango, como María Elena Foronda, premiada en el 2003 por su lucha contra la contaminación en Chimbote, por lo que fue injustamente condenada por terrorismo en el régimen de Fujimori, nos hablan del valor de las mujeres, de su resistencia, de la dignidad de nuestros pueblos, de la necesidad de defender y soñar el futuro. Como lo dijo tan bien Berta Cáceres: “¡Despertemos! ¡Despertemos Humanidad! Ya no hay tiempo. Juntémonos y sigamos con esperanza defendiendo y cuidando la sangre de la tierra y los espíritus.”

(*) Tomado del portal NoticiasSER

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