La felicidad en tiempos de la sociedad de consumismo


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Escribe: Los Andes | Sociedad - 18 Sep 2016


“Cuanto más inculta es una persona, más dinero necesita para pasar los fines de semana”. Esta es una frase del filósofo español Fernando Savater que, aunque no es verdad del todo, resume bastante bien la época en que nos ha tocado vivir.

En efecto, ahora estamos en tiempos en donde comprar más da estatus y renombre, a la vez que magnifica la propia vanidad y fortalece el orgullo personal, en tanto que da forma y tinte a la envidia ajena; rasgo, este último, que redondea la forma “ideal” de estar en el mundo actualmente.

La socióloga italiana Roberta Paltrinieri, defensora de la idea de “felicidad responsable”, sostiene por eso –acaso aclarando lo dicho por Savater– que “la gente feliz genera vínculos, mientras que la infeliz compra compulsivamente”.

“Desde el punto de vista aristotélico, el concepto de felicidad se refiere a la obtención del placer a través de una acción. Sobre la base de esta dimensión aristotélica se ha ido construyendo la sociedad de consumo”, dice Paltrinieri en primera instancia, cuando es consultada sobre el lugar donde la sociedad busca hoy la felicidad.

Luego, añade: “A través de los objetos de consumo, los hombres deberían obtener aquel placer que, de algún modo, se presupone para una cierta felicidad. La sociedad del consumo (…) prometió la obtención del placer basándose paradojalmente en mecanismos que producen constantemente infelicidad”.

A su modo de ver, desear comprar “ha sido un imperativo para la sociedad de consumo europea; consumir y desear seguir haciéndolo por más que se posean ya muchos bienes. El problema no es la posesión de bienes sino la insaciabilidad”.

De aquí, supuestamente, nacen los procesos de consumo compulsivo. “La sociedad europea y la norteamericana son sociedades enfermas desde el punto de vista de la compulsividad, porque a través de este acto se intenta calmar un ansia que está dentro nuestro y que es el estado existencial de la subjetividad en una sociedad que progresivamente ha hecho desaparecer otras formas del placer”, agrega Paltrinieri.

En consecuencia, según sostiene, es necesario superar la dimensión instrumental del bienestar individual para estimular un nuevo modelo que ponga en el centro el bienestar colectivo entendido como relación que desarrolla confianza, reciprocidad.

“Las sociedades felices son las que producen relaciones, vínculos. Las infelices son las que en el lugar de las relaciones venden productos. En síntesis: la gente feliz genera vínculos; los infelices compran compulsivamente”, sentencia.

Pero, ¿cómo hablar de bienestar colectivo en una sociedad de tanta desigualdad? Para ella, “la verdadera posibilidad de producir bienestar colectivo nace de la posibilidad de producir bienes relacionales. Una cosa importante en el interior de una comunidad para desarrollar el bienestar no es tanto el dinero cuanto una buena cualidad de las relaciones humanas”.

Así, el bienestar colectivo debería ser producido a través de las relaciones humanas cualitativamente buenas: “Bienes relacionales producen confianza, intercambio, reciprocidad. Las relaciones se vuelven importantes también en términos de desigualdad”.

Paltrinieri arguye que “si (uno) produce relaciones dentro de un sistema, produce formas de solidaridad y la forma de solidaridad produce cohesión social. Donde existe la desigualdad se pueden activar estos mecanismos de la solidaridad. Si produzco individualismo, no produzco cohesión social”.

En ese mismo contexto, asevera que es necesario crear un nuevo pacto de confianza, pues “la responsabilidad social compartida como respuesta a la crisis nos compete a todos”. Tenemos, pues, que dar el salto hacia una teoría colectiva de las relaciones; buscar cómo podemos responder a la crisis a través de nuestras capacidades específicas.

No obstante esto, es menester aclarar que hoy vivimos en una sociedad donde los procesos de socialización retroceden en su capacidad de orientar las relaciones, lo que es el reflejo del paradigma económico neoliberal dominante, es decir, los “sujetos individualizados”.

“De hecho, el hombre está cada vez más solo y debe responder a los desafíos de una sociedad global. Hemos perdido los valores normativos que nos orientaban. Es como si el individuo tuviera constantemente que reflexionar sobre las propias acciones. Disminuyó la mediación de la estructura”, dice.

Y culmina: “En el pensar, el comportamiento social ha retrocedido. Esto quiere decir que no hay más un cuadro normativo de referencia, sino que hay que proceder por autorreflexión. Se trata de una constante necesidad de encontrar dentro de sí las fuerzas, las capacidades para responder a la emergencia o a la urgencia que el ámbito social le impone”.


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