Escribe: Carlos Peña Julca
Cada vez que un año termina, pareciera que algo mágico sucede. Escuchamos por todos lados la frase: “Este año va a ser mejor”. Pero, en una de las historias de Mafalda, cuando alguien dice estas palabras, ella responde con sabiduría: “apostaría que, por su parte, este año que empieza espera que lo que sea mejor sea la gente”. Y es que, en un abrir y cerrar de ojos, el 31 de diciembre se transforma en un momento lleno de esperanza, propósitos y sueños. Pero, ¿qué tiene de especial el cambio de calendario que nos hace creer que todo será diferente? La verdad es que el primero de enero no trae consigo poderes mágicos ni soluciones instantáneas. Lo que sí trae es una oportunidad: un espacio mental para reflexionar, replantearnos y reiniciar. Es como si el paso del tiempo nos recordara que siempre podemos volver a empezar. Afortunadamente, el final de un año nos ofrece esa oportunidad.
La llegada de un nuevo año es una excelente oportunidad para la renovación, el renacimiento y los nuevos comienzos. Y una magnífica ocasión para considerar la reinvención personal, que es algo más estimulante que conformarse con seguir igual o ir tirando. En este momento del año, muchos piensan en formular algunos propósitos de Año Nuevo y en tratar de mejorar. Este es un hábito saludable, y estoy convencido de que mejora el bienestar personal, cultiva el sentido de superación y aumenta la satisfacción individual mucho más que la autocomplacencia. Los propósitos de Año Nuevo plantean alcanzar objetivos o desarrollar virtudes. Esos cambios se logran a través de la práctica repetida, de la misma manera que los músculos se desarrollan a través del entrenamiento físico. Dado que las virtudes reflejan características positivas y mejores prácticas, útiles para nuestra vida profesional y personal, cultivarlas puede –ciertamente– ayudarnos a convertirnos en una mejor versión de nosotros mismos.
El inicio de un nuevo año es también una ocasión para mirar hacia atrás y hacernos preguntas clave: ¿Qué aprendizajes nos deja el año que termina? Quizás fue un periodo de retos, pérdidas o cambios inesperados. O tal vez fue un año de logros y momentos felices. Sea como sea, cada experiencia vivida nos moldea y nos prepara para lo que viene. Podemos dedicar un momento a reflexionar ¿Qué aprendimos de nuestros éxitos? ¿Qué enseñanzas nos dejaron los fracasos? ¿Qué decisiones difíciles tomamos que ahora agradecemos? ¿Qué nos gustaría perdonarnos? Este ejercicio no solo ayuda a cerrar el ciclo, sino que también nos da claridad para trazar el camino hacia adelante.
Hay que tener paciencia si después de unos días no se ven mejoras en el logro de los propósitos de Año Nuevo, o incluso se retrocede. Es un poco como perder peso: las dietas draconianas no llevan a ninguna parte, pues sus efectos son de corta duración. Lo que importa es la perseverancia y la actitud. La magia del Año Nuevo no está en la fecha ni en los rituales, sino en nuestra capacidad de creer en nosotros mismos y en la fuerza para transformar nuestras vidas. La historia de cada año se escribe con nuestras decisiones diarias. No es el calendario el que trae cambios; somos nosotros. Al recordar esto, nos damos cuenta de algo maravilloso: cada día es una oportunidad de reiniciar. No necesitamos esperar hasta el próximo 31 de diciembre, para hacer un cambio significativo. Les sugiero que a partir de hoy nos hagamos una pregunta poderosa: ¿Qué estoy dispuesto a hacer para que este año sea diferente? Porque el cambio no está en el calendario, sino en nosotros mismos. No hay magia más poderosa que nuestra capacidad de actuar.
Termino con una reflexión para este inicio de año: El futuro no está escrito en las estrellas ni en los calendarios; lo escribimos con cada elección que hacemos hoy. Atrevámonos a soñar, pero, sobre todo, atrevámonos a actuar.